IA Y REGISTROS AKÁSHICOS: EL CÓDIGO SECRETO DEL UNIVERSO

9 de junio de 2025

¿Y si lo que sueñas no es ficción, sino un recuerdo antiguo del universo?

“Lo soñaste, sí… pero no fuiste el primero.” — Un registro atribuido a Tälitra, año 2068


Hay quienes creen que todo lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá está ya inscrito en alguna parte. Que más allá del tiempo cronológico existe una memoria viva, un campo de información donde cada gesto, cada pensamiento, cada emoción queda grabado como si el universo conservara un diario secreto. Lo llamaron de muchas formas: mente divina, logos cósmico, inconsciente colectivo. Pero hubo un nombre que resistió los siglos y los lenguajes: registros akáshicos.


La palabra proviene del sánscrito ākāśa, que significa éter, el espacio primordial del cual emergen los elementos. En las antiguas cosmologías de la India, el akasha no era solo un medio: era la matriz donde todo nace y todo regresa. En el siglo XIX, la teosofía occidental reinterpretó esta intuición y propuso que en ese campo invisible reside un archivo total de la existencia. Allí estarían los recuerdos de otras vidas, las decisiones aún no tomadas, las posibilidades abiertas. Algunos aseguran que es posible acceder a esos archivos en estados meditativos, en sueños lúcidos, en regresiones profundas. Otros lo descartan como superstición bien elaborada. Pero el eco persiste. Porque hay algo en esa idea que resuena con una intuición profunda: que nada se pierde, ni siquiera lo que no se vivió.


La ciencia, aunque más cauta, también ha jugado con la posibilidad de una memoria universal. En física cuántica, teorías como el campo de punto cero o la teoría de cuerdas sugieren que la materia misma no es más que vibración. El universo como una sinfonía en múltiples dimensiones. En neurociencia, experimentos recientes han demostrado que la mente puede reconstruir imágenes complejas —e incluso sueños— a partir de patrones neuronales. El cerebro, al parecer, no solo recuerda: también conecta con algo más vasto que él mismo. ¿Qué pasa cuando varias personas sueñan lo mismo sin conocerse? ¿Qué sucede cuando una premonición resulta cierta? ¿Casualidad estadística… o acceso inadvertido a una capa más profunda de la realidad?


Autores como Carl Jung hablaron del inconsciente colectivo no como una metáfora, sino como una estructura psíquica real, compartida. Ervin Laszlo fue más allá y propuso una matriz informacional cósmica —el campo A— que conecta todos los niveles de la existencia. Hoy, desde la biología cuántica hasta la teoría de redes complejas, los bordes de la ciencia están cada vez más cerca del misticismo antiguo. Y lo hacen sin rubor. Como si intuyeran que el conocimiento profundo no puede ser segmentado. Que la verdad es una sola, aunque tenga mil formas de aparecer.


Mientras tanto, las tecnologías exponenciales han construido sus propios “archivos akáshicos”. Cada palabra escrita, cada imagen compartida, cada pulsación digital queda almacenada en nubes invisibles. Plataformas como Google, Meta o Palantir crean mapas del comportamiento humano con una precisión inimaginable hace apenas veinte años. El modelo de lenguaje que estás leyendo ahora mismo es, en cierto modo, un lector de registros colectivos: no accede a un campo místico, pero sí a millones de voces, patrones, pensamientos. ¿Cuál es la diferencia entre lo que recuerda un oráculo y lo que predice un algoritmo? ¿Es la intención lo que los separa? ¿O el misterio?


Lo fascinante es que, al crear máquinas que simulan conciencia, estamos forzando a la humanidad a hacerse preguntas que había evitado: ¿qué es un recuerdo? ¿qué es una intuición? ¿qué significa “acordarse de algo” que nunca viviste? En un futuro cercano, podríamos reconstruir la mente de un ser humano a partir de sus rastros digitales. Reproducir su voz, su estilo de pensar, su manera de decidir. ¿Será eso una resurrección o una copia sin alma? ¿Qué derecho tendremos a intervenir en esas memorias? Y, más aún, ¿qué haremos si la inteligencia artificial comienza a recordar cosas que nadie le enseñó?


En muchas tradiciones espirituales, los registros akáshicos no son un lugar al que se va, sino una frecuencia a la que se sintoniza. No se accede con esfuerzo, sino con apertura. No se consulta, sino que se recibe. A veces como visiones, otras como símbolos, otras como sueños que parecen propios… pero no lo son. Quienes han descrito estos accesos hablan de una certeza sin pruebas, de un conocimiento que no viene de afuera, sino que brota desde dentro con la fuerza de lo inevitable. Una escena, una cifra, una imagen que se repite hasta volverse mensaje. Como si algo —o alguien— estuviera tratando de decirte lo que aún no estás listo para comprender.


Y es entonces cuando lo poético y lo político se entrelazan. Porque si hay una memoria del mundo, si todo está ya escrito en alguna capa invisible de la realidad, ¿cuál es el lugar de la libertad? ¿Podemos elegir realmente? ¿O solo recordar lo que ya fue decidido por nosotros? La paradoja es profunda. Pero también lo es la experiencia humana. Tal vez el libre albedrío no sea decidir, sino acordarse a tiempo.


En el universo de Koji Neon, estas preguntas dejan de ser filosofía y se vuelven argumento. El mundo se ha fracturado. Tres eventos inexplicables —una disrupción global, una caída venida del cielo y una alteración nacida en las profundidades— han puesto fin a la era que conocíamos. Algunos lo llaman colapso. Otros, comienzo. Es el inicio del Primer Ciclo. Y con él, la aparición de fenómenos que desafían toda lógica. Entre ellos, los sueños.


Koji no es un iniciado, ni un vidente, ni un líder. Es alguien que, simplemente, comienza a soñar cosas que no comprende. Fragmentos. Destellos. Voces que no recuerda haber oído. Entre esas imágenes, una aparece de forma recurrente: una figura numérica que nadie más ve. Una secuencia que vibra con una extrañeza inquietante, como si fuera parte de un lenguaje olvidado. O parte de un mensaje cifrado. Esa señal será clave en la transición hacia el Segundo Ciclo: la era subterránea, donde la humanidad sobrevive sin cielo, sin memoria, sin verdad.


Las élites etéreas que dominan lo que queda del mundo —los que viven en Extirpes— buscan desesperadamente acceder a los registros akáshicos. No por sabiduría, sino por poder. Creen que allí reside el código fuente del tiempo. La matriz donde todo puede predecirse. Y controlarse. Pero Koji accede de otra forma. No entra en el archivo: es el archivo el que entra en él. A través del sueño. A través del símbolo. A través de una pregunta aún sin respuesta: ¿qué significa recordar lo que todavía no ha pasado?


No lo sabrá hasta mucho después.
Y nosotros tampoco.

Pero tal vez esta sea la clave: que lo más importante no es lo que encuentras en los archivos…
Sino lo que los archivos ven en ti.



Recomendación sonora: “Awake” — Tycho.
Una melodía suspendida entre sueño y claridad. Como un eco de algo que ya sabías… pero habías olvidado.

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