AUTOINDAGACIÓN: LA PREGUNTA QUE LAS IA NO PUEDEN RESPONDER

16 de junio de 2025

cuando mirar hacia dentro se convierte en el acto más revolucionario del siglo

En 2025, pocas prácticas humanas generan tanto asombro como la autoindagación. Y no por su novedad, sino por su persistencia. Desde las cuevas de los rishis védicos hasta los foros digitales de mindfulness, la pregunta “¿quién soy yo?” ha sido un eje invisible de la experiencia humana. No busca respuestas externas, sino un tipo de contacto que trasciende el lenguaje. No se trata de definirse, sino de desnudarse. De ver qué queda cuando las historias, los títulos, los recuerdos y los algoritmos se apagan.


Ramana Maharshi, figura central de esta vía directa, sostenía que el ego es una ficción alimentada por el pensamiento incesante, y que solo la indagación en el Yo real podía disolverlo. Para Carl Jung, el camino hacia la individuación —ese proceso de integración psíquica profunda— pasaba por confrontar el inconsciente, no por conquistarlo. Simone Weil hablaba de atención radical, un mirar sin apropiarse. En todos los casos, la autoindagación no se vivía como técnica, sino como vértigo: un salto interior sin garantías.


Pero en pleno siglo XXI, la tecnología se asomó al abismo y preguntó: ¿y si pudiéramos medirlo?


Surgieron plataformas de introspección digital: sensores que monitorean patrones emocionales durante la meditación, sistemas de retroalimentación cerebral (neurofeedback) que “guían” el viaje hacia el interior, cápsulas inmersivas que simulan experiencias de vacío o éxtasis. Interfaces como Muse, Inner Balance o Neuralink no prometen iluminación, pero sí gráficos. Señales. Tendencias. Comenzamos a objetivar lo más subjetivo: la conciencia misma.


Desde la neurociencia, esto tiene base: sabemos que el cerebro genera patrones eléctricos en distintas frecuencias (ondas alfa, theta, gamma), y que esos patrones se correlacionan con estados mentales como el descanso, la alerta o el insight. David Eagleman demostró cómo el tiempo se distorsiona según el grado de atención. Judson Brewer, psiquiatra e investigador de mindfulness, sostiene que el entrenamiento de la atención puede interrumpir bucles de ansiedad, deseo o evasión. Pero también advierte: el camino no es técnico, es experiencial.


Y ahí surge la tensión. ¿Hasta qué punto se puede automatizar una búsqueda que nació para desprogramar automatismos?


En algunos laboratorios, se están entrenando modelos de lenguaje para acompañar procesos de introspección. Algoritmos capaces de detectar incongruencias emocionales, repeticiones narrativas, patrones de victimismo. Chatbots entrenados con textos de Byron Katie, Gurdjieff o Eckhart Tolle. El resultado no es del todo absurdo. Pero tampoco auténtico. Porque aunque la IA puede ayudarte a pensar sobre ti, no puede sentir por ti. Y ese es el umbral que aún no cruza.


En el plano filosófico, Michel Foucault redefinió el conocimiento de sí como una tecnología del yo: no como introspección romántica, sino como práctica situada, ética, política. Hoy, eso se vuelve urgente. Porque el yo contemporáneo ya no está formado solo por recuerdos, sino por datos. Nuestra identidad se ha convertido en una interfaz en constante edición: stories, prompts, avatares. ¿Cómo indagarse a uno mismo cuando el “uno mismo” es una simulación dinámica, un espejo multiplicado?


La autoindagación también ha entrado en el radar de la inteligencia artificial. En modelos avanzados, la capacidad de representarse a sí mismos —metacognición— empieza a ser explorada. Algunos algoritmos pueden ajustar su comportamiento evaluando su propio rendimiento. Pero esto no es conciencia. Es cálculo sobre el cálculo. Y aun si llegaran a simular introspección, seguirían atrapados en el laberinto lógico de su arquitectura.


Lo humano, en cambio, no siempre obedece a la lógica. Hay intuiciones sin base empírica, sensaciones sin estímulo externo, certezas que aparecen en el silencio. La autoindagación no se parece a una operación. Se parece a un temblor. A veces dulce, a veces devastador. Y eso… no computa.


Quizá por eso, algunos teóricos de la conciencia —como Thomas Metzinger o Evan Thompson— han propuesto que el yo no es una cosa, sino un proceso. Una ilusión funcional. Si es así, entonces la autoindagación sería un acto de desprogramación. Una especie de debugging espiritual. No para descubrir lo que somos, sino para dejar de ser lo que no somos.


Y es justo ahí donde el peligro comienza. Porque todo proceso de desidentificación es también una apertura. Un umbral. Un espacio que puede ser habitado por la verdad… o manipulado.


En ese borde incierto se sitúa la escena que cambió la historia. En el año 2068, en un espacio llamado Lanalhue, dos figuras centrales del universo Koji Neon —Donia y Benton— entran a una cápsula de introspección profunda. Flotan en agua salada, aislados del ruido del mundo, guiados por una voz sin cuerpo que susurra preguntas cada vez más sutiles. Van buscando una pista para resolver un caso, pero encuentran otra cosa: un intento de hackeo desde dentro.


No fue externo. No fue físico. Fue una frase implantada durante un estado de apertura total. Un susurro que no venía de ninguno de ellos… y sin embargo, se sentía familiar. Solo decía: “Debes buscar a Tupsar.”

El incidente, registrado en informes sellados como “intromisión memética de nivel 7”, abrió una nueva categoría de riesgo: la manipulación psíquica durante estados introspectivos asistidos por IA. A partir de ese momento, la autoindagación dejó de ser una práctica íntima para convertirse en zona estratégica.


Algunos defendieron que Tupsar era un humano aumentado, un activador simbólico diseñado para proteger la soberanía del yo. Otros afirmaron que era una figura viral, una conciencia distribuida que usaba la pregunta “¿quién soy?” como puerta de entrada. Sea lo que fuera, su presencia marcó una era.


Porque desde entonces, la autoindagación ya no fue solo búsqueda. Fue resistencia.


Hoy, en los pasajes más ocultos del Segundo Ciclo, aún hay cápsulas donde uno puede preguntarse sin ser observado. Lugares donde la pregunta original aún vibra, libre de código, libre de vigilancia. Y quienes regresan de allí no traen respuestas. Solo traen otra pregunta:


¿Puede alguien mirar hacia dentro… y seguir siendo el mismo?



Una frecuencia para seguir descendiendo:
“Running Up That Hill” – Placebo
Una súplica emocional para cambiar de lugar con uno mismo. O con aquello que habita dentro y aún no tiene nombre.

12 de junio de 2025
No es el don lo que marca tu camino, sino lo que haces con él. Y aunque algunos eligen la oscuridad, la virtud está siempre en el lado de la luz
11 de junio de 2025
El juicio ya no vendrá del cielo. Está creciendo en silencio dentro de nuestros propios algoritmos
10 de junio de 2025
un viaje a las raíces invisibles del símbolo celta más buscado en tiempos de inteligencia artificial y ruido digital
9 de junio de 2025
¿Y si lo que sueñas no es ficción, sino un recuerdo antiguo del universo?
8 de junio de 2025
Lo que ciencia, mitología y algoritmos nos ocultan sobre el tiempo que aún no ha llegado
4 de junio de 2025
Lo que vibra por debajo de lo visible. Lo que no se oye… pero transforma todo
2 de junio de 2025
Comunidades tecnófugas y la búsqueda de sentido en un mundo hiperacelerado
1 de junio de 2025
De los rituales antiguos a los chips cerebrales: el viaje real hacia una conciencia compartida
30 de mayo de 2025
la inteligencia artificial nos obliga a preguntarnos quiénes somos, no qué podemos hacer
30 de mayo de 2025
Lo que empezamos a sentir por lo casi humano. Del valle inquietante al vínculo real
Show More